Y sin embargo, hace poco también aprendí que la realidad no puede esquivarse para siempre. Las navidades son tristes. Mi cumpleaños dura un día. A veces, me encantaría dejar de sonreír un rato y llorar, hablar de verdad de las cosas que duelen y no dejarlas pasar una vez más. Enfadarse no suele servir para nada. Y dejarse llevar, bueno, suena demasiado bien. Las canciones se disfrutan pero muchas veces es llorando. Los dibujos, casi siempre son para ti. Y sí, se puede ser tan inmensamente feliz que te desborda. Pero también se puede no ser. Muchas veces, por mucho que deseemos y pidamos de todo corazón una pequeña, la más pequeña buena noticia, esta nunca llega. A veces no todo sale bien en el último minuto. A veces la vida puede ser fea e injusta y solo nos queda ser felices con ello. O no serlo. Ojalá nunca te hubieses ido. Ojalá te hubiesen dado solo 5 minutos. Solo eso.
Y sobre todo, ojalá ser feliz y vivir bien no conllevase el peso de saber que es a costa de que tantos sufran. Delante de nosotros la gente se muere, la gente sufre, la gente desespera, la gente pide ayuda. Pero, ¿cómo vamos a levantar la vista hacia ellos si dentro de nuestro comfort podemos ser felices? ¿Vamos a renunciar a nuestra felicidad por ser conscientes de la injusticia que conlleva? Yo no lo he conseguido, si digo la verdad. Sigo queriendo más cuando tengo de sobra. Sigo sin conformarme cuando muchos matarían por tener lo que yo. Y la gente se muere en el suelo. Se muere de hambre. Se muere sola. Se muere.
Ojalá todos, y ojalá tú, pudieses pensar que el día de tu cumpleaños todo lo malo va a desaparecer y de repente, como si fuese mágico, todo irá bien.